STARBUCKS ASESINO
Starbucks es un negocio que me fascina. Me parece increíble que una pequeña cafetería de Seattle se haya convertido en una gigantesca multinacional que controla el 5% del comercio internacional de esta mercancia, firma contratos discográficos con Paul McCartney o intenta arrebatar a Etiopia el nombre de sus especialidades de café. Todo eso en sólo una década, a pesar de cobrar sus Frapuccinos a más de cuatro euros, estar siempre hasta arriba o vender un café que horrorizaría a los sibaritas.
¿Será el secreto de su éxito el parecerse a una cafetería que salía en una amigable telecomedia? ¿Tan grande es el poder de un sofá? ¿O será por servir café en tazas? ¿O porque, indudablemente, el concepto de cafetería como lugar agradable en el que pasar un rato estaba aun por explotar en Estados Unidos, país de Burgers y Diners? ¿O por ese aire de buen rollito que transmiten sus "baristas"?
Buen rollito y simpatías que se ganan con pequeños gestos como el de regalar bolsitas con sus posos de café para "revitalizar tus plantas", tal y como dice el folleto que acompaña a esa mercancía tóxica. ¿Revitalizar? JA! A los pocos días de echar el "abono" en mis macetas, los cactos comenzaron a disolverse por dentro, como nazis que hubieran abierto el arca de la alianza, quedando reducidos a una piltrafilla seca. También empecé a fijarme en que a mis otras dos plantas se les estaban empezando a secar más hojas de las habituales. Ayer me di cuenta de que en la tierra donde había puesto el "simpático regalo de Satanbucks" había crecido, no una rozagante planta, sino una masa de moho. Así que después de cagarme en la sirena de las dos colas me dediqué a arrancar tierra mohosa y a rezar por la salud de mi tronquito del Brasil.
Si no fuera por esas galletas de chocolate blanco, proclamaba un Boikot a Starbucks desde ya.