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El blog de ace76

PERSEIDAS

En el mes de Abril gané el Taller de Todo Relativo. Pensé que nunca lo iba a conseguir. Lo "malo" es que lo hice con un relato que no me termina de convencer. Eso sí, por una vez, hice una historia de amor con final feliz... incluso empalagoso.

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PERSEIDAS

Las noches de verano en Madrid son lentas y pegajosas. En los primeros días de agosto, cuando el termómetro supera los cuarenta grados, dormir se convierte en una tarea imposible, y lo único que apetece es darse una ducha fría detrás de otra. Pero aquella noche, solo en la azotea de su edificio, Carlos luchaba contra el sueño.

Se había subido una silla plegable, un termo con café y unos prismáticos. Desde que el sol se había puesto, Carlos miraba al cielo y esperaba. Pero ahora, pasadas las dos y media de la madrugada, sólo desesperaba. De pie, asomado a la barandilla, comprobaba que cada vez más gente pasa el verano en Madrid. Hace mucho tiempo que las noches de Madrid dejaron de ser oscuras. Los anuncios luminosos, las farolas, los focos de los coches, la contaminación... han borrado las estrellas. Y si en el cielo madrileño ya no brillan ni Sirio, ni Aldebarán, ni Antares, ¿cómo iba a poder ver las Perseidas?

Carlos recordaba los veranos de su infancia. No había pasado tanto tiempo, pero parecía ya algo muy lejano. Mientras sus compañeros de clase se tostaban en Salou, toda su familia -padres, abuelos, tíos, primos- se reunía en un pueblo del Pirineo. Por la noche, después de cenar, daban juntos un paseo por la carretera hasta las afueras, donde ya no llegaba la luz de las casas y la oscuridad era casi completa. Allí es donde descubrió los secretos del cielo. Su abuelo, catedrático de Química, profesor de instituto y astrónomo aficionado, les explicaba donde estaba la constelación de Casiopea, cómo encontrar la Polar o cuál era el origen del nombre de Vega, estrella situada en la constelación de la Lira. Pero nada igualaba la sensación de contemplar, durante un brevísimo instante, el destello de una estrella fugaz, relativamente frecuentes en esa época del año. Durante la corta etapa de su vida en la que Carlos quiso ser astrónomo, aprendió que los científicos llaman Perseidas a esa lluvia de estrellas que siempre se da a principios de agosto, ya que parecen provenir de la constelación de Perseo. En realidad, es un fenómeno que ocurre cuando la Tierra entra en la órbita del cometa Swift-Tuttle y los restos que éste ha dejado en el espacio chocan con la atmósfera de nuestro planeta.

Carlos tuvo suerte, porque una mala experiencia con una profesora de Física en el bachillerato le hizo replantearse su futuro profesional y así se evitó la desilusión que siempre espera a los que pretenden convertir una pasión en su oficio. Finalmente, estudió Sociología y la Astronomía permaneció como uno de sus pequeños placeres, por mucho que el cielo anaranjado de Madrid se lo impidiera en ocasiones como aquella. Carlos estaba triste, había imaginado una noche muy distinta. Había esperado ver algunas estrellas fugaces, y, sobre todo había esperado verlas junto a David. Pero su única compañía era una luna en cuarto creciente que desde lo alto parecía reírse de él. O, al menos, así lo sentía Carlos.

-Buenas noches, escuchó a su espalda.

Carlos se volvió, un tanto sobresaltado. Uno de sus vecinos, un hombre de su edad con el que alguna vez había cruzado un par de palabras en el ascensor, acababa de entrar en la terraza.

-Buenas noches, respondió Carlos.

El vecino se acercó hasta el borde de la azotea y encendió un cigarrillo. Le ofreció uno a Carlos, pero éste lo rechazó con un gesto.

-¿Carlos, verdad?
-Sí, tú eres...
-Alberto.
-Es verdad. No me acordaba, perdona.
-¿Qué estás haciendo aquí? ¿A ti tampoco te deja dormir el calor?

Alberto se lo preguntó con una sonrisa simpática, pero Carlos se sintió un tanto incómodo. Aunque esa sensación de ser un bicho raro era habitual en él.

-He subido a ver las estrellas.
-¿Las estrellas?

Alberto miró hacia el cielo y, por supuesto, no vio nada que mereciera la pena.

-No veo nada.
-La contaminación lumínica.
-¿Perdona?
-Las luces... la ciudad está llena de luces, no dejan ver el cielo. Una pena. En estos días se suelen ver muchas estrellas fugaces, las Perseidas. Esperaba ver alguna.
-Sí, lo he escuchado en el telediario. Han dicho que será una de las lluvias de estrellas más espectaculares del siglo. -Alberto volvió a mirar hacia arriba-.Yo nunca he visto una estrella fugaz.
-Yo sí, cuando era pequeño. En mi pueblo.
-¿Y pedías un deseo?
-No, que va. Eso son chorradas de las películas.

Alberto apagó el cigarrillo para, a continuación, encender otro.

-Tengo que aprovechar la ocasión, mi mujer no me deja fumar en casa. No podía dormir y me he venido aquí, al fresco... Aunque no hay fresco.
-No hay fresco, no hay estrellas. No tenemos suerte.
-Parece que no.

Alberto permaneció pensativo unos instantes. Carlos se fijó en como el humo azulado del cigarrillo se deshacía en el aire. David fumaba esa misma marca de cigarrillos, Carlos reconocía el aroma a tabaco rubio.

-Mi mujer está embarazada.
-Entonces alguno sí que tiene suerte.
-No es mío.
-No es tuyo...
-No.

Carlos se quedó mudo, no sabía como reaccionar ante una confidencia como ésa.

-Es de un amante, un rollo que ha tenido. Y que ya se ha acabado. Pero se quedó embarazada. Ella me lo contó todo.
-¿Y qué vas a hacer?
-¿Qué voy a hacer? Lo que he hecho, perdonarla. Ella me quiere, yo la quiero. Y ese niño no tiene la culpa de que nosotros cometamos errores...
-Yo no podría.

No, Carlos no podría. De hecho, no había podido. Aun recordaba la rabia que había sentido cuando, hacía unas pocas semanas, había vuelto a casa antes de su hora acostumbrada. En la cama encontró a David con un amigo de los dos. Estaban desnudos y se reían. Lo que pasó después lo recordaba de manera confusa. Hubo gritos, hubo recriminaciones, hubo rencor. Lo que sí se le había quedado grabado en el cerebro era la canción de OBK que sonaba en ese momento en la radio. Quiero esas luces para bailar que el mundo sepa que somos dos quiéreme otra vez que ya no sé que hacer.

-Si a mí me lo hubieran contado de otro, también habría dicho eso. Mira, durante un momento pensé en dejarla. Pero me di cuenta de que la quiero demasiado... El orgullo no es un buen consejero en los asuntos de amor –Alberto hizo una breve pausa- Oye, creo que he visto una estrella fugaz. ¿La has visto?
-No.

Carlos estaba mirando al suelo en ese momento, pensativo. Alberto apagó su segundo cigarrillo.

-Bueno, Carlos, yo me vuelvo a la cama. Que tengas suerte.
-Gracias.
-Buenas noches.

Carlos volvió a quedarse solo en la azotea. Miró al cielo con nostalgia por las estrellas, por su infancia, por David, por los tiempos en los que todo parecía fácil. Perdido en sus recuerdos, no escuchó como la puerta que daba a la terraza volvía a abrirse.

-Hola.

Carlos giró la cabeza y le vio, pero no se movió. El cuerpo le pedía darle la espalda al recién llegado. David se acercó hasta la barandilla, colocándose a la altura de Carlos. No se hablaron en varios minutos. Fue David el que se atrevió a romper el silencio.

-No sabía si venir, pero hoy teníamos una cita...

Con un gesto, Carlos le hizo callar. Acababa de ver una estrella fugaz. Y luego otra, y otra, y otra. Las Perseidas llenaron el cielo de estelas de luz, de un brillo efímero pero que persistía en la retina tiempo después de apagarse. David estaba absorto, cautivado por uno de los espectáculos naturales más bellos que existen. Sin que el que había sido su novio se diera cuenta, Carlos lo miró. Y por primera vez desde hacía semanas, se sintió feliz.

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