EN LA NOCHE DE DIFUNTOS
Un grito rompió la noche.
Alonso se despertó bruscamente. La puerta de su dormitorio estaba entreabierta y el resplandor de una luz lejana se colaba por la rendija.
Todo volvía a estar en silencio.
Alonso se asomó al pasillo. La luz parecía venir de las escaleras que llevaban al piso inferior. Al acercarse a la barandilla, una ráfaga de viento frío le hizo estremecerse. Bajó los escalones de madera lentamente, tratando de no hacer ruido para no molestar a sus padres.
Al llegar al zaguán y darle al interruptor de la luz, comprobó que la puerta principal de la casa estaba cerrada. Iba a volver a su dormitorio cuando vio que la puerta que daba al jardín estaba abierta.
El viento jugaba entre los árboles. Colgado de una rama, la temblorosa luz de un farol iluminaba el jardín. Alonso se acercó hasta él. La tierra estaba húmeda, revuelta. Unas manos extrañas habían cavado una zanja. El joven se estremeció al darse cuenta de que era una tumba. Su terror aumentó al ver a una figura blanca que lloraba junto al río. Venciendo al miedo, Alonso se acercó hasta la silueta. Era una mujer vestida con un traje de novia. Se tapaba el rostro con unas manos pálidas. Alonso le habló con palabras tranquilizadoras, pero ella sólo respondió con gemidos. Finalmente, llegó hasta ella. Al ponerle la mano sobre el hombro, ella se volvió hacia él y le miró desde el fondo de dos agujeros negros, las cuencas vacías de su rostro de calavera.
Un grito rompió la noche.
Leonor se despertó bruscamente. La puerta de su alcoba estaba entreabierta y el sonido de un piano lejano se colaba por la rendija.
Sólo la pálida luz de la luna iluminaba la estancia.
La doncella se asomó al corredor. La melodía parecía venir de las escaleras que conducían al piso inferior. Al acercarse hasta ellas, una ráfaga de viento frío le hizo estremecerse. Cogió un candelabro de encima de una cómoda y a la luz de las velas bajó los escalones de piedra lentamente, tratando de no hacer ruido para no molestar a sus padres.
Al llegar al zaguán, sintió que el origen de la música estaba más cercano. Cuando acercó el oído a las puertas del gran salón para cerciorarse, éstas se abrieron de par en par repentinamente.
En el medio de la habitación, un hombre tocaba el piano. Era una melodía triste, fúnebre. Leonor permaneció inmóvil durante largos instantes, escuchando, casi sin atreverse a respirar. El pianista parecía ajeno a todo lo que le rodeaba, repitiendo una y otra vez la misma pieza. Leonor avanzó lentamente hasta él. No quería molestarle y que dejara de tocar. Sentía curiosidad por esas notas que le resultaban extrañas y familiares a la vez. Al llegar junto al músico, pudo leer el título de la obra en la partitura: “Réquiem para Leonor”. Asustada, puso su mano sobre el hombro del pianista y sus dedos atravesaron el cuerpo del hombre sin que éste notara su presencia.
Un grito rompió la noche.
Carlos se despertó bruscamente…
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Joserra -
mce79 -