Desde que empecé el blog no he hecho más que cantar las excelencias del cine estúpido. Pero hoy tengo el día intelectualoide y pedante, así que he decidido hacer un top de películas de filmoteca, del programa de Garci y cines de versión original. A veces, hay que alimentar un poco el espíritu.
El orden de las películas es aleatorio, ni ascendente ni descendente.
Porque yo lo valgo, comienzo con una película muda: Amanecer (1927), de F.W. Murnau. El cine mudo es una de mis debilidades (Intolerancia, Nosferatu, La quimera del oro, Un perro andaluz, La sangre de un poeta...), y en mi opinión, Amanecer es una de sus mayores joyas, una historia de amor de una ingenuidad que enamora y que sorprende por la naturalidad con la que está contada. Tiene planos realmente hermosos como una sobreimpresión en la que la pareja de enamorados, ajenos a todo lo que no sea su amor, atraviesa una calle llena de coches sin que estos les atropellen... y mágicamente, la calle se transforma en un bello bosque. El cine mudo era así, ingenuo y primitivo.
En cambio, Pi (1998), de Darren Aronofsky, no tiene nada de primitiva ni de ingenua. La fotografía en blanco y negro, muy contrastada; el montaje acelerado; la brillante banda sonora de música electrónica... sumergen al espectador en una pesadilla de imágenes y sonidos que es la que vive su protagonista. ¿Quién iba a pensar que se puede llegar a Dios a través de las matemáticas? Igualmente desasosegante es la siguiente película de Aronofsky, Requiem por un sueño, la brutal historia de una serie de personajes que se pierden en los laberintos de sus adicciones.
La Nouvelle Vague es otra de mis debilidades. Cuando estudiaba en la ECAM, la Filmoteca dedicó un ciclo a Godard y me tragué muchas de sus películas: Al final de la escapada, Pierrot, el loco, Lemmy contra Alphaville, Made in USA, La gaya ciencia... Pero mi favorita, sin duda, es Vivir su vida (1962), con una fantástica Anna Karina, que es algo así como la quintaesencia de la chica francesa de los sesenta. La película comienza con una pareja que rompe en un bar, de espaldas a la cámara... qué curioso, mi guión Naïf empieza de la misma manera, jejeje.
Des couloirs, des toits, des rideaux... « El año pasado en Marienbad » (1961), de Alain Resnais, es otra de mis películas favoritas de la Nouvelle Vague. Creo que la historia no tiene mucho sentido, sólo es un juego caprichoso de imágenes y segmentos temporales que se mezclan... ¿estamos en el presente, en el pasado o en ambos a la vez?
Evidentemente, El año pasado en Mareinbad es todo un desafío al sueño. También lo es Solaris (1972), de Andrei Tarkovsky. Sin embargo, si entras en la película, las tres horas pasan volando. Solaris parece una historia de ciencia-ficción, pero es, en realidad, una historia de amor y de fantasmas, entre un cosmonauta y un ser que parece su mujer muerta pero que no lo es, ¿o si lo es? Las fantasías se hacen realidad en Solaris, pero las consecuencias pueden ser terroríficas. De hecho, el Solaris de Tarkovsky tiene momentos de bastante suspense, como la llegada del astronauta a la misteriosamente desierta estación espacial... La novela de Stanislav Lem es más accesible que la película, pero no os confiéis: el final tampoco se entiende, jejeje... (pasa lo mismo con la novela de Arthur C. Clarke respecto a 2001, una odisea en el espacio).
Otro buen remedio para combatir el insomnio es Tren de sombras (1997), de Jose Luis Guerín. Está dividida en tres segmentos: una serie de viejas películas familiares rodadas a principios del siglo XX; imágenes de los escenarios donde se rodaron esas películas tal y como están en la actualidad; y una repetición de las películas familiares destacando los detalles que desvelan la historia oculta tras esas imágenes aparentemente triviales e inconexas. Y todo esto sin decir una sola palabras en toda la película, una excelente demostración del poder de las imágenes, del cine en su forma más pura. Apasionante (nunca he visto tanta gente dormida en una sala de cine).
Otro de los incomprendidos del cine español es Marc Rechà. El árbol de las cerezas (1998) es su mejor película, un ejemplo de cine minimalista en el que, aparentemente, no se cuenta nada pero, en realidad, se están contando muchas cosas. Rechà rueda la vida tal y como es, con sus pausas, sus vacíos sin sentido, su ritmo lento y aburrido... y curiosamente, ese hiperrealismo provoca una sensación de extrañeza y misterio. Viendo películas así, uno se da cuenta de que el cine convencional no tiene nada que ver con la realidad, sino que es más bien un simulacro de realidad. Otras películas extremadamente realistas son las de los hermanos Dardenne: Rosetta (1999) y El hijo (2002), muy recomendables ambas.
En comparación con todo esto, El ángel exterminador (1962), de Luis Buñuel, es cine comercial. Mis películas favoritas de Buñuel son las que rodó en Méjico (Los olvidados, Él, Ensayo de un crimen, Abismos de pasión, Simón del desierto). El ángel exterminador trata de unos ricos burgueses que, después de una cena, se quedan atrapados en el salón donde se celebra. Las puertas están abiertas, pero ellos son incapaces de salir. Lo que más me gusta de esta película (y de otras como Los pájaros (1963), de Hitchcok) es que la base argumental de la película es un absurdo que nadie se preocupa en explicar y, sin embargo, a nadie le importa que quede inexplicado.
También me sorprenden las películas en las que los protagonistas mantienen largas y extrañas conversaciones sobre sí mismos y sus sentimientos sin caer en la pedantería. Amateur (1995), de Hal Hartley, es una de estas películas, un título que descubrí en un seminario de la Universidad de Navarra y que es, desde entonces, una de mis películas favoritas. Un mafioso amnésico, una exmonja ninfómana y virgen, una actriz porno fugitiva, un peculiar sentido del humor y un extraño aire de espiritualidad hacen de Amateur uno de los títulos imprescindibles del cine independiente americano de los noventa.
Y voy a terminar esta serie de recomendaciones con una película iraní: Gabbeh (1996), de Mohsen Makhmalbaf. No soy especialmente aficionado a las películas iraníes (son un poco aburridas, ¿no? Aunque me gusta mucho El sabor de las cerezas (1997), de Abbas Kiarostami), pero Gabbeh es una película corta y llena de color, con historias pasadas y presentes que se entrelazan como los hilos que componen una alfombra.