SIENA
Cuando diseñé mi ruta por Europa, escogí Florencia como punto de partida de varias excursiones. Una era una opción evidente: Pisa. La otra no lo era tanto: Siena.
De Siena sabía dos cosas: una, que durante el Renacimiento se desarrolló en ella una escuela de pintura con carácter propio. La otra, que había dado nombre a un color, un castaño oscuro (pequeño paréntesis: una manera de aprender nombres de colores es coleccionar sellos, no es lo mismo magenta que lila que morado que violeta que añil que indigo que cyan que azul turquesa que azul marino que rojo siena que bermellón).
A media mañana cogí un tren para Siena. El trayecto duró hora y media, pero se me hizo corto. Viajar a través de la Toscana es un placer: las colinas, los campos de vid, el verde que refleja y tamiza la luz del sol, los pueblos de aspecto medieval, los monasterios con sus claustros intactos... Sí, no se puede negar, aunque suene cursi, "bonito" es el adjetivo que mejor describe esta región.
Siena es una ciudad de unos cincuenta mil habitantes construida sobre una colina y rodeada por una muralla. Mientras subía hacia la puerta de acceso desde la estación, me detuve en un establecimiento de "pizza al taglio" y, al azar, pedí una porción de pizza Capricciosa. Catástrofe: llevaba setas. Las tuve que ir quitando con disimulo y tirarlas al suelo del local cuando nadie me veía. Desgraciadamente, me tuve que comer algunas. Luego noté sus nocivos jugos disolviéndose en mi estómago.
Siena tiene una gran plaza medieval, con un castillo con almenas de juguete y una torre estrecha y alta. Hice una cola de una hora, detrás de un grupo de catalanes, para subir. Desde lo alto, se ve toda la ciudad y toda la Toscana. Como si uno estuviera en lo alto de un rascacielos, las personas se ven como hormiguitas. Al salir, pensé en lo absurdo que era ir hasta una ciudad, a centenares de kilómetros de mi casa, para ascender a lo más alto de una torre y ver el paisaje.
Pero, si es por eso, todos los viajes son absurdos.
Y no, se viaja para aprender. En el castillo de Siena, aparte de varios cuadros de la escula pictórica de la ciudad, hay salas y salones donde, hace siglos, se reunían los gobernantes de la ciudad. Pintados en las paredes, retratos de filósofos, héroes de la Antigüedad y santos, personajes notables escogidos para dar ejemplo a los políticos de la Edad Media. Pero lo que más me gustó fue una gran estancia donde, dos grandes frescos muestran Siena, arruinada por el Mal Gobierno (un monstruo dominado por la soberbia, la vanaglora y la avaricia), junto a una Siena esplendorosa y feliz con el Buen Gobierno, al que acompañanan la Sabiduría, la Justicia y la Paz, una sencilla mujer vestida de blanco.
De Siena sabía dos cosas: una, que durante el Renacimiento se desarrolló en ella una escuela de pintura con carácter propio. La otra, que había dado nombre a un color, un castaño oscuro (pequeño paréntesis: una manera de aprender nombres de colores es coleccionar sellos, no es lo mismo magenta que lila que morado que violeta que añil que indigo que cyan que azul turquesa que azul marino que rojo siena que bermellón).
A media mañana cogí un tren para Siena. El trayecto duró hora y media, pero se me hizo corto. Viajar a través de la Toscana es un placer: las colinas, los campos de vid, el verde que refleja y tamiza la luz del sol, los pueblos de aspecto medieval, los monasterios con sus claustros intactos... Sí, no se puede negar, aunque suene cursi, "bonito" es el adjetivo que mejor describe esta región.
Siena es una ciudad de unos cincuenta mil habitantes construida sobre una colina y rodeada por una muralla. Mientras subía hacia la puerta de acceso desde la estación, me detuve en un establecimiento de "pizza al taglio" y, al azar, pedí una porción de pizza Capricciosa. Catástrofe: llevaba setas. Las tuve que ir quitando con disimulo y tirarlas al suelo del local cuando nadie me veía. Desgraciadamente, me tuve que comer algunas. Luego noté sus nocivos jugos disolviéndose en mi estómago.
Siena tiene una gran plaza medieval, con un castillo con almenas de juguete y una torre estrecha y alta. Hice una cola de una hora, detrás de un grupo de catalanes, para subir. Desde lo alto, se ve toda la ciudad y toda la Toscana. Como si uno estuviera en lo alto de un rascacielos, las personas se ven como hormiguitas. Al salir, pensé en lo absurdo que era ir hasta una ciudad, a centenares de kilómetros de mi casa, para ascender a lo más alto de una torre y ver el paisaje.
Pero, si es por eso, todos los viajes son absurdos.
Y no, se viaja para aprender. En el castillo de Siena, aparte de varios cuadros de la escula pictórica de la ciudad, hay salas y salones donde, hace siglos, se reunían los gobernantes de la ciudad. Pintados en las paredes, retratos de filósofos, héroes de la Antigüedad y santos, personajes notables escogidos para dar ejemplo a los políticos de la Edad Media. Pero lo que más me gustó fue una gran estancia donde, dos grandes frescos muestran Siena, arruinada por el Mal Gobierno (un monstruo dominado por la soberbia, la vanaglora y la avaricia), junto a una Siena esplendorosa y feliz con el Buen Gobierno, al que acompañanan la Sabiduría, la Justicia y la Paz, una sencilla mujer vestida de blanco.
9 comentarios
Retro Jordans -
sol -
sol -
Jose -
Siena es el pais de las setas, de los hongos, Antoine... si no te gustan haber pedido una hamburgiesa, coñe, jajaja
Joserra, pues tu amigo Rubén me parece un maleducado y un faltón, al menos en esa anécdota eh (se nota que tengo familia trabajando en el negocio de souvenirs...)
ace76 -
dee -
Maggie Wang Kenobi -
Er Manué -
Recuerdo los 15 días que pasé allí desarrolando mi faceta artística-jotera, juasjuas...
Joserra -