¡VIVA SAN FERMÍN!
...el seis de julio a mediodía, la fiesta estalló. No hay otra forma de expresarlo.
(Ernest Hemingway. Fiesta)
No haría falta añadir ni una sola palabra más a lo que ya dijo Hemingway, amado y odiado a partes iguales por los pamploneses. Pero no puedo dejar de hacerlo...
Pamplona, mi pequeña ciudad de provincias, se convierte, por una semana, en la capital del mundo, en una Sodoma y Gomorra del kalimotxo y la juerga, nueve días de desenfreno que compensan la mojigatería que la reprime durante el resto del año. Pamplona es una ciudad agradable, pero a veces, vivir en ella es como estar en un capítulo de Cuéntame. Sin embargo, esto solo lo saben los que la conocemos cuando no es SanFermín. Para los demás, Pamplona sólo existe durante esos días extraños en los que la noche se confunde con el día, en los que la fiesta se sucede durante veinticuatro horas continuas, en los que todo está permitido... y cuando se dice todo, es todo. Australianos, neozelandeses, estadounidenses y europeos variados además de españoles venidos de todos los puntos de la Península- duermen en las calles y se bañan en las fuentes, y a nadie parece importarle. A las pocas horas de comenzar la fiesta, el suelo de la ciudad se vuelve pegajoso: un engrudo de champán, harina y huevo lo cubre todo. Un penetrante aroma a orín y vino rancio hace intransitables los rincones oscuros y los callejones. Todo gira en la ciudad en torno a estos días: todo se cuida con esmero para destrozarlo en nueve días de julio. Y el 15 de julio, todo vuelve a reconstruirse: se limpian otra vez las calles, se reponen los bancos rotos, se vuelven a plantar las flores en los parques...
Nunca he disfrutado plenamente de los Sanfermines. Quizás sea porque tuve una adolescencia peculiar y este tipo de fiestas me recordaban mi soledad no voluntaria. Quizás sea porque no me gusta sentir que tengo que divertirme por obligación, sólo porque el calendario señalé una fecha determinada. Quizás sea porque algunos Sanfermines trajeron más decepciones que buenos recuerdos...
...pero el caso es que, cuando llegan estas fechas y no estoy en Pamplona, echo de menos a mi pequeña y paleta ciudad de provincias donde, en honor a un Santo que tal vez nunca existió, se celebra la bacanal más grande del universo sin que nadie se sienta culpable por ello.
(Ernest Hemingway. Fiesta)
No haría falta añadir ni una sola palabra más a lo que ya dijo Hemingway, amado y odiado a partes iguales por los pamploneses. Pero no puedo dejar de hacerlo...
Pamplona, mi pequeña ciudad de provincias, se convierte, por una semana, en la capital del mundo, en una Sodoma y Gomorra del kalimotxo y la juerga, nueve días de desenfreno que compensan la mojigatería que la reprime durante el resto del año. Pamplona es una ciudad agradable, pero a veces, vivir en ella es como estar en un capítulo de Cuéntame. Sin embargo, esto solo lo saben los que la conocemos cuando no es SanFermín. Para los demás, Pamplona sólo existe durante esos días extraños en los que la noche se confunde con el día, en los que la fiesta se sucede durante veinticuatro horas continuas, en los que todo está permitido... y cuando se dice todo, es todo. Australianos, neozelandeses, estadounidenses y europeos variados además de españoles venidos de todos los puntos de la Península- duermen en las calles y se bañan en las fuentes, y a nadie parece importarle. A las pocas horas de comenzar la fiesta, el suelo de la ciudad se vuelve pegajoso: un engrudo de champán, harina y huevo lo cubre todo. Un penetrante aroma a orín y vino rancio hace intransitables los rincones oscuros y los callejones. Todo gira en la ciudad en torno a estos días: todo se cuida con esmero para destrozarlo en nueve días de julio. Y el 15 de julio, todo vuelve a reconstruirse: se limpian otra vez las calles, se reponen los bancos rotos, se vuelven a plantar las flores en los parques...
Nunca he disfrutado plenamente de los Sanfermines. Quizás sea porque tuve una adolescencia peculiar y este tipo de fiestas me recordaban mi soledad no voluntaria. Quizás sea porque no me gusta sentir que tengo que divertirme por obligación, sólo porque el calendario señalé una fecha determinada. Quizás sea porque algunos Sanfermines trajeron más decepciones que buenos recuerdos...
...pero el caso es que, cuando llegan estas fechas y no estoy en Pamplona, echo de menos a mi pequeña y paleta ciudad de provincias donde, en honor a un Santo que tal vez nunca existió, se celebra la bacanal más grande del universo sin que nadie se sienta culpable por ello.
6 comentarios
ace76 -
¿Cuquina? Je, ni que Pamplona fuera un bombón de Ferrero Roche...
Joserra -
Locusta -
Condones para hacer globos en fallas? qué raro...
ace76 -
Pues nada, el año que viene, a fallas. Sí, ya me imagino que usaré los condones... para hacer globos.
Locusta, es que tú eres una mujer civilizada...
Locusta -
Manué -
A mi me pasa lo contrario con las fallas de Valencia. De más jovencito me lo pasaba pipa y poco a poco me van agobiando cada vez más. Sólo me gustan cuando me toca ejercer de Cicerone de algún visitante que nunca ha estado en ellas. Por cierto, te invito (si el trabajo no lo impide) a las fallas del año que viene. Y si aceptas, trae condones (te harán falta), juasjuasjuas.