LA MIRADA
Este mes no he participado en el Taller de Relatos de TodoRelativo. Me ha fallado la inspiración y no he encontrado una buena idea, a pesar de que le he dado muchas vueltas a la cabeza. Pero no, no he encontrado un final que me satisficiera.
He decidido recuperar un relato que escribí en el Taller de Escritura al que asistí este año. Tuve que dejarlo dos meses antes de que acabara por cuestiones monetarias, así que éste es el último cuento que escribí. Ahora lo releo y me parece terriblemente pesimista, un tanto lejano a mi estado de ánimo actual. Una vez Lua me comentó que mis personajes siempre parecían abocados a la infelicidad. En una primera reacción, me sorprendió el comentario, dado que yo, a mí mismo, me veo como un optimista. Pero, repasando lo que he escrito últimamente, vi que tenía razón.
Este relato es un ejercicio que consistía en hacer un cuento al estilo de uno muy breve de Franz Kafka: "Las preocupaciones de un padre de familia", también llamado "Odradek". Podéis leerlo aquí.
"Todas las mañanas, cuando me levanto, siento que alguien me observa. Cuando salgo a la calle, tengo la sensación de que alguien me está siguiendo. Y todas las noches, cuando me acuesto, sé que alguien me vigila. Compruebo mil y unas veces que no hay nadie, pero una mirada se clava siempre en mi espalda, una mirada sin ojos ni cuerpo, pero real.
A veces, tumbado en mi colchón, cuento hasta diez y le doy al interruptor. La oscuridad se desvanece a la luz de la bombilla, y con ella la mirada. Pero en cuanto apago la lámpara, la mirada vuelve. Entonces, hago lo que hacía cuando de niño tuve esa sensación por primera vez. Me cubro con las sábanas y me siento protegido. Así ya no puede verme, aunque en ocasiones mi corazón comienza a latir con fuerza cuando imagino que, en cualquier momento, una mano invisible puede deslizarse entre las mantas y apartarlas con violencia. Pero no, la mirada no tiene manos. Sólo tiene un objetivo: contemplarme.
La mirada se mueve a sus anchas entre las tinieblas, pero también en la soledad. La he sentido clavándose en mí como una fina aguja de acero en un vagón de metro abarrotado, en una sala de cine o en mi oficina. Cuando como solo, en cualquier restaurante, la noto frente a mí, en la silla que queda vacía. Está atenta a todos mis movimientos, a cómo corto la carne con el tenedor y el cuchillo, a como me llevo la copa de vino a los labios, a como mastico los trozos de fruta. Y es en esos momentos cuando pienso si el día en que yo muera, la mirada se quedará encerrada conmigo dentro del ataud o si, simplemente, observará cómo me entierran en mi tumba para después alejarse".
He decidido recuperar un relato que escribí en el Taller de Escritura al que asistí este año. Tuve que dejarlo dos meses antes de que acabara por cuestiones monetarias, así que éste es el último cuento que escribí. Ahora lo releo y me parece terriblemente pesimista, un tanto lejano a mi estado de ánimo actual. Una vez Lua me comentó que mis personajes siempre parecían abocados a la infelicidad. En una primera reacción, me sorprendió el comentario, dado que yo, a mí mismo, me veo como un optimista. Pero, repasando lo que he escrito últimamente, vi que tenía razón.
Este relato es un ejercicio que consistía en hacer un cuento al estilo de uno muy breve de Franz Kafka: "Las preocupaciones de un padre de familia", también llamado "Odradek". Podéis leerlo aquí.
"Todas las mañanas, cuando me levanto, siento que alguien me observa. Cuando salgo a la calle, tengo la sensación de que alguien me está siguiendo. Y todas las noches, cuando me acuesto, sé que alguien me vigila. Compruebo mil y unas veces que no hay nadie, pero una mirada se clava siempre en mi espalda, una mirada sin ojos ni cuerpo, pero real.
A veces, tumbado en mi colchón, cuento hasta diez y le doy al interruptor. La oscuridad se desvanece a la luz de la bombilla, y con ella la mirada. Pero en cuanto apago la lámpara, la mirada vuelve. Entonces, hago lo que hacía cuando de niño tuve esa sensación por primera vez. Me cubro con las sábanas y me siento protegido. Así ya no puede verme, aunque en ocasiones mi corazón comienza a latir con fuerza cuando imagino que, en cualquier momento, una mano invisible puede deslizarse entre las mantas y apartarlas con violencia. Pero no, la mirada no tiene manos. Sólo tiene un objetivo: contemplarme.
La mirada se mueve a sus anchas entre las tinieblas, pero también en la soledad. La he sentido clavándose en mí como una fina aguja de acero en un vagón de metro abarrotado, en una sala de cine o en mi oficina. Cuando como solo, en cualquier restaurante, la noto frente a mí, en la silla que queda vacía. Está atenta a todos mis movimientos, a cómo corto la carne con el tenedor y el cuchillo, a como me llevo la copa de vino a los labios, a como mastico los trozos de fruta. Y es en esos momentos cuando pienso si el día en que yo muera, la mirada se quedará encerrada conmigo dentro del ataud o si, simplemente, observará cómo me entierran en mi tumba para después alejarse".
4 comentarios
Mar -
ace76 -
Yelaiel -
Un saludo.
Joserra -