THE YEAR OF THE CAT
A las dos tengo que llevar a Flauta al veterinario. Tiene irritados los rabillos del ojo, puede decirse que, si fuera un humano diría que tiene un orzuelo. Espero que no sea nada... Si sobrevivió a una caida desde el cuarto piso, podrá aguantar esto.
Otto fue el primer gato con el que conviví. Grande, perezoso, naranja, muy sociable... Él me enseñó cuánta compañía y cuánto cariño te puede dar un animal. Pero Otto no era mío, y cuando Esti y yo dejamos de vivir con Isa, dejamos de vivir con Otto. Adoptamos otro gato: Flauta. Hijo de una gata doméstica y un gato de pueblo, tenía dos meses cuando llego al ático principesco. Era pequeño y nervioso, todo lo curioseaba, se metía dentro de mis zapatos, aprendió a trepar los escalones, y fue creciendo. Descubrimos que no era una gata, como inicialmente pensábamos, sino un gato con un par de... ejem. Se fue haciendo más perezoso: aquí un sofá, aquí Flauta. Aquí un cojín, aquí Flauta. Aquí una cama, aquí Flauta. Eso sí, si queríamos ver la televisión, siempre se ponía en el sitio más indicando para impedirte la visión. Y lo sigue haciendo, hay cosas que no cambien.
Uno se pone a hablar de su animal doméstico y no para. Siempre hay anécdotas divertidas y curiosas, como su devoción por el atún. En cuanto abro una lata, Flauta viene corriendo a la cocina, esté donde esté. Siempre duerme conmigo, en mi cama, y siempre coge el mejor sitio. Da calor y compañía, algo que se agradece en las solitarias noches de mis inviernos madrileños. Es el mejor despertador posible: se ha acostumbrado a desayunar a la misma hora. Ya sea lunes, miércoles o domingo de resaca, imposible librarse de sus maullidos si a las nueve de la mañana no hay pienso nuevo en su cuenco. Y aunque el cuenco esté a rebosar, todas las mañanas hay que algo más, aunque sea cuatro pedazos de nada. Pero que él vea que te has molestado en ir a la cocina, coger la bolsa de pienso y servirle el desyuno. De todas formas, a veces, me deja dormir hasta tarde...
En fin, basta vivir con un animal para darse cuenta de que tienen sentimientos y emociones. Dicen que los gatos sólo quieren a la mano que les da de comer. No sé, quizás sea verdad, a mí me basta con que me haga compañía. Y que me la siga haciendo unos cuantos años más.
Otto fue el primer gato con el que conviví. Grande, perezoso, naranja, muy sociable... Él me enseñó cuánta compañía y cuánto cariño te puede dar un animal. Pero Otto no era mío, y cuando Esti y yo dejamos de vivir con Isa, dejamos de vivir con Otto. Adoptamos otro gato: Flauta. Hijo de una gata doméstica y un gato de pueblo, tenía dos meses cuando llego al ático principesco. Era pequeño y nervioso, todo lo curioseaba, se metía dentro de mis zapatos, aprendió a trepar los escalones, y fue creciendo. Descubrimos que no era una gata, como inicialmente pensábamos, sino un gato con un par de... ejem. Se fue haciendo más perezoso: aquí un sofá, aquí Flauta. Aquí un cojín, aquí Flauta. Aquí una cama, aquí Flauta. Eso sí, si queríamos ver la televisión, siempre se ponía en el sitio más indicando para impedirte la visión. Y lo sigue haciendo, hay cosas que no cambien.
Uno se pone a hablar de su animal doméstico y no para. Siempre hay anécdotas divertidas y curiosas, como su devoción por el atún. En cuanto abro una lata, Flauta viene corriendo a la cocina, esté donde esté. Siempre duerme conmigo, en mi cama, y siempre coge el mejor sitio. Da calor y compañía, algo que se agradece en las solitarias noches de mis inviernos madrileños. Es el mejor despertador posible: se ha acostumbrado a desayunar a la misma hora. Ya sea lunes, miércoles o domingo de resaca, imposible librarse de sus maullidos si a las nueve de la mañana no hay pienso nuevo en su cuenco. Y aunque el cuenco esté a rebosar, todas las mañanas hay que algo más, aunque sea cuatro pedazos de nada. Pero que él vea que te has molestado en ir a la cocina, coger la bolsa de pienso y servirle el desyuno. De todas formas, a veces, me deja dormir hasta tarde...
En fin, basta vivir con un animal para darse cuenta de que tienen sentimientos y emociones. Dicen que los gatos sólo quieren a la mano que les da de comer. No sé, quizás sea verdad, a mí me basta con que me haga compañía. Y que me la siga haciendo unos cuantos años más.
5 comentarios
Anónimo -
ace76 -
Flauta es bastante asustadizo, le aterroriza que le saquen de casa. Además, yo creo que la experiencia del robo en casa fue traumática para él. Se escondio en la parte trasera del lavabo y tardo horas en salir de allí...
Joe -
juassss
Miguel -
La primera noche que dormi con Flauta no me dejó dormir. El muy cabrito esperaba a que me durmiera definitivamente para venir corriendo y darme un cabezazo, despertandome. Intente encerrarlo en la cocina , pero mi hermano me lo impedió.
Despues de sucesivas visitas finalmente nos hicimos amigos, hasta que incluso un dia empezó a llamarme por mi nombre. Se que es sorprendente, pero es verdad, ese gato habla, y me llama por mi nombre. Y lo más sorprendente de todo no es eso, sino que tambien llama a mi hermano por su nombre. Nadie me cree, pero es cierto, y ademas tengo un testigo (un amigo mio estaba presente cuando Flauta dijo "Antonio" y se quedó tan flipado como yo), ese gato habla, y si lo llevaramos a Cronicas Marcianas nos hariamos millonarios.
Cuidalo bien, que ese gato vale su peso en oro. Además, a este paso, acabaremos siendo cuñados...
Joserra -
Y seguro que lo del ojo no es nada, le recetarán algún tipo de colirio gatuno, o a lo mejor es por ver la televisión de cerca, jeje.