ESTAMBUL
Orhan Pamuk es el último ganador del Nobel de Literatura. Antes de hacerse famoso, yo había leido esa obra maestra llamada "Nieve" y tenía curiosidad por leer algo más de este escritor turco (Turquía me gusta, ya sabeis) y compré "Estambul. Ciudad y recuerdos". Hace un par de días terminé de leerla y, desde entonces, siento Estambul un poco más mía.
Pamuk es un escritor que escribe frases largas, con tendencia a la subordinación y las largas enumeraciones, o por lo menos así es como lo hace su traductor al castellano, cosa que provoca que, a veces, uno se pierda en los meandros de la mente si no se concentra; pero cuando uno se deja llevar por el fluir de las frases y las ideas, las horas pasan leyendo como si fueran minutos. Pamuk habla de su infancia, adolescencia y primera juventud y de su ciudad como si fueran vasos comunicantes: como explica el autor, cuando habla de Estambul está hablando de él; y cuando habla de sí mismo está hablando de la ciudad. En algunos capítulos relata anécdotas de su vida; en otros habla de Estambul, destacando especialmente como los escritores occidentales han descrito la ciudad a lo largo de los siglos XIX y XX... porque, según Pamuk, los propios estambulíes nunca han hablado de su ciudad hasta fechas muy recientes. Todo desemboca en una decisión que cambiará la vida del autor para siempre...
La esencia de este libro es que Estambul es una ciudad amarga y que el estado de ánimo propio de sus habitantes es la amargura. Estambul es una ciudad arruinada y empobrecida, donde los vestigios del glorioso pasado del imperio otomano no son monumentos sino el recuerdo doloroso de una edad de oro que nunca volverá. Sus habitantes viven en una especie de limbo entre Oriente y Occidente: occidentalizarse es, según los principios de la República fundada por Ataturk, la solución a tanta miseria, el camino hacia un futuro mejor. Pero... ¿no es eso traicionar la auténtica identidad de Estambul? Como dicen miles de folletos turísiticos, Estambul es una ciudad dividida entre Europa y Asia. Pero no sólo geográfica, sino también espiritualmente.
Yo he estado tres veces en Estambul. En las tres, la ciudad me pareció hermosa. Pero creo que Pamuk tiene razón. Quizás esa sensación que dejó en mí sea fruto de esa amargura, esa suave melancolía que provocan las cosas bellas ajadas por el tiempo. Estambul es una ciudad donde el pasado aun no es pasado, donde la historia se evoca constantemente... Respirar pasado lleva a revivir el pasado personal. De ahí que el poco transitado patio de la mezquita de Solimán, bajo el templado sol de mayo, fuera escenario de una reveladora conversación. De ahí también que ese lugar fuera el destino final de mi viaje en tren por Europa: es uno de mis refugios personales, uno de los pocos puntos del planeta donde todo transmite una sensación de equilibrio, lugares donde siempre se conserva una huella de esa felicidad plena que sentí en ellos.
5 comentarios
ace76 -
Pues nada, Soli, cuando vayas, me llamas y te enseño la ciudad. :-)
Maggie, en el fondo, sé que te gusta la trascendencia!
maggie wang -
Joserra -
Por cierto, no te nos vayas a vivir a Estambul, ¿eh?
Soliloco -
Me leere el libro para que me entren aun mas ganas y deje de retrasarlo
Soliloco -