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El blog de ace76

DOS, TRES O MÁS PASOS EN FALSO

Mi amigo Jotas creo la página web TodoRelativo (ya no está operativa) y puso en marcha un taller de escritura virtual, que sigue vivo y con muy buena salud. Llevo varios meses participando en cada convocatoria, con mayor o menor fortuna. Éste es el relato del que, hasta la fecha, estoy más orgulloso. Lo que más me sorprende es que lo escribí, prácticamente, de un tirón. ¿Será verdad lo que cuentan de la inspiración?

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DOS, TRES O MÁS PASOS EN FALSO

La sala de espera de la estación de tren, pequeña, vacía y sucia, estaba mal iluminada por unos temblorosos tubos fluorescentes. Con cuarenta años que parecían cincuenta, abrigo y maleta, el hombre esperaba sentado en uno de los asientos de plástico gastado que jalonaban las paredes acristaladas de la habitación. Tras las ventanas, el andén estaba desierto y oscuro. El hombre no hacía nada, ni leía, ni fumaba, ni sonreía. Sólo esperaba.

Una mujer de unos treinta y cinco años, guapa, intensamente guapa, entró en la sala. Parecía agitada, como si hubiera hecho una larga carrera hasta allí. La mujer miró al hombre y éste le devolvió la mirada. Sus ojos no expresaban emoción alguna. Ella, sin embargo, parecía nerviosa y asustada, pero también aliviada. Incluso contenta. Pero de una manera muy sutil. Lentamente, Adela atravesó la sala y se sentó junto al hombre. Ambos permanecieron en silencio durante largos segundos.

-Te he encontrado, dijo ella.
-No deberías haberlo hecho.

Él seguía sin manifestar ninguna emoción. Ella volvió a quedarse en silencio durante unos segundos. Se fijó en la maleta que el hombre tenía frente a sí, sobre el suelo de baldosa.

-No te has llevado tus libros.
-No los quiero. Quédatelos.
-Yo tampoco los quiero.
-Pues tíralos. O quémalos. Regálalos. O véndelos, lo que más te apetezca. Siempre has hecho lo que más te apetece.
-Eso no es verdad. Y tú lo sabes.

Él no respondió. Adela se mantenía tranquila, calmada, dominando el miedo que comenzaba a nacer en su interior. Las respuestas de Diego la sorprendían más que irritaban, Él nunca se había comportado así antes, su talante se había transformado rápidamente en los últimos días, hasta desembocar en esa escapada nocturna. Ella había vuelto a casa y él no estaba. Así de simple. Así de complicado.

-Tampoco te has llevado tus papeles.
-Esta conversación nunca debería haber tenido lugar.
-No te entiendo.
-El tren se ha retrasado. En estos momentos, yo debería estar en mi vagón, y no hablando contigo. No tengo nada que decirte.
-¿A dónde vas?
-A cualquier sitio, pero lejos de ti.

Él la miro. Ella sintió un escalofrío en el alma. En los ojos de Diego no había nada. Ni amor, ni odio. Sólo vacío. Tuvo ganas de gritar, pero se contuvo. Ella era fuerte, inteligente, no tenía miedo. Había sabido penetrar el muro en el que Diego se protegía, aquel falso disfraz de escritor maldito. Ahora también lo conseguiría.

-He estado mirando tus papeles. Has terminado la novela. La he leído. Es tu mejor obra.
-Te equivocas. No es mi mejor obra. Ni siquiera es mía, es tuya.
-Mía.
-No soy yo quien ha escrito eso, yo no soy así. Yo no soy el que me has hecho ser. Por eso me voy.

Diego hablaba con firmeza, seguro de sí mismo. No le importaba hacer daño a Adela. Quería hacerle daño. Aquel fastidioso tren retrasado le regalaba la oportunidad de vengarse. Aunque ella no lo mereciera. Aunque después sintiese tanto asco que no pudiera reprimir las ganas de vomitar.

-Entraste en mi vida sin que yo te lo pidiera. Te instalaste en mi casa como un ángel salvador. Te diste para rescatarme. Y lo conseguiste, me rescataste, ¿para qué?
-¿No has sido feliz?
-¿Tú lo has sido?
-Yo he sido feliz, y sé que sabido hacerte feliz. Es más, sé que lo has sido.
-Nunca lo negaré. He sido feliz a tu lado. Podría seguir siendo feliz a tu lado. Pero no quiero.
-Sé que volverás.
-No sé adonde voy ni qué haré. Pero si sé que no volveré.

Un tren se acercaba a la estación.

-Me iré contigo, te seguiré, me pegaré a ti.
-Y yo me iré, siempre me iré.

El tren estaba cada vez más cerca.

-Entonces me tiraré a las vías, sabes que soy capaz.

Adela se levantó y echó a correr hacia la puerta. Esperaba sentir la mano de Diego en su brazo, agarrándola con fuerza. Pero la mano no llegó. Adela se detuvo en el umbral. El tren atravesó la estación como un ruidoso y veloz haz de luz. Adela se volvió: Diego se había levantado del asiento y la miraba, quizás con desprecio, quizás con odio.

-Sabía que no lo harías. Nunca soportaste el melodrama.

Adela volvió a sentir ganas de llorar, pero se reprimió. No, aquel hombre no merecía una sola lágrima. Y nunca le perdonaría el haberla llevado a portarse de una forma tan ridícula, tan humillante.

-Yo te amaba, Diego.
-Tú me amabas, yo te amaba. Nos queríamos. Pero mataste al escritor. Mi novela no tiene alma, está anestesiada, sepultada de felicidad.
-Comprendo.
-Yo quiero rescatar al escritor, recuperar mi alma. Aunque me vuelva a perder en el intento.

Adela y Diego se miraron como si nunca se hubieran conocido. No, ya no había amor entre ellos. Diego había conseguido su objetivo, había recuperado su libertad y había liberado a Adela. Por una vez, el escritor maldito tuvo la última palabra.

-Perdóname.

Adela no respondió. Sólo se acercó hasta el hombre por el que había desperdiciado dos años de su vida y le dio un suave beso en la mejilla. Y sin más, se fue. Diego esperó dos horas más, se subió a un tren y no volvió a verla. Adela regresó a casa y rompió en diminutos pedazos cada página de la mejor novela que Diego escribiría nunca.

1 comentario

Locusta -

Este relato me ha gustado más que el de Juan, aunque podría comentarte un par de cosas, ya sabes que soy tu mejor crítica...