EN EL HOTEL
El chofer había dicho que los dos hoteles estaban juntos y no había mentido. A la derecha de la carretera, un prisma blanco recordaba más a una clínica privada que a un hotel de cuatro estrellas. Por suerte, el conductor de la productora giró a la izquierda y le dejó en la puerta de un edificio que, aunque se notaba que había sido construido hacía pocos años, parecía ya un armatoste pasado de moda. Hay tres tipos de lujo: el auténtico lujo, reservado para unos pocos; el falso lujo, con el que los demás nos introducimos en un espejismo de papel de aluminio; y el lujo rancio. Este establecimiento era una mezcla de las dos últimas categorías.
La habitación era grande y cómoda, pero nunca podría definirse como bonita o acogedora. Quizás el edificio tuviera más años de los que parecía. Lo más moderno era un televisor de pantalla plana situado con cierta dejadez sobre el típico mueble con aspecto de escritorio que suele haber en los hoteles, como si los huespedes fueran a pasarse los días dedicados a escribir cartas, poemarios y libros. La cama era enorme. Podía tumbarse sobre ella a lo ancho y ningún pedazo de su cuerpo sobresalía, lo cual, en lugar de proporcionar mayor comodidad, sólo lograba aumentar sus sensaciones de extrañeza y soledad.
No era muy tarde cuando bajó al comedor. Se sentó en una mesa esquinada desde la que podía observar todo el restaurante y parte del vestíbulo. Aparte de los camareros y él, sólo había dos o tres clientes repartidos por el salón. Aunque comer solo no le gusta, decidió sacar partido del dinero que le habían asignado y pidió un carpaccio de salmón marinado al eneldo como entrante, una brocheta de pollo al curry con verduritas como plato principal, y remató la cena con un poco de browney. La sensación de soledad le recordó entonces a aquel viaje por Europa que había hecho un par de años antes. Así se convirtió en una soledad cómoda y cálida, confortable como un viejo abrigo o nuestra manta favorita. Durante aquel viaje había descubierto que la soledad puede ser una amiga que nos ayuda a valorar aun más a las personas que hemos dejado atrás. Sonrió al pensar en ellas e imaginárselas ahí, sentadas con él. También se distrajo tratando de descubrir si el camarero parecía tener unas espaldas hercúleas gracias al ajustado chaleco de su uniforme o si repartía su tiempo entre el restaurante y el gimnasio.
Al volver a su habitación, dedicó una media hora a hablar por teléfono. Eran las once de la noche cuando se tumbó en la cama. Al apagar la luz, pensó que el día siguiente podría cambiarle la vida o convertirse en una anecdótica pérdida de tiempo. Tardó un poco más de lo normal en dormirse.
8 comentarios
Soliloco -
Y la soledad es lo mas mejor, claro que como todo si es buscada si es forzada.. pos no se pero sera shunga, supongo.
ace76 -
Deca, estás vivo! La historia es pasado... reciente.
Deca -
No hay excusas. :) Mea culpa.
Una pregunta. Es pasado? o presente reciente?
MadRod -
ace76 -
Shhh, pues sí, a veces a mí me pasa lo mismo, que tengo que buscar momentos para mí mismo. Pero, por otra parte, se está muy a gusto acompañado. :-)
Jordi, mi blog es tu blog, jejeje
Joserra -
Shhh! -
Entre distintos grupos de amigos, la familia y que comparto piso con 2 personas mas... a veces es dificil estar solo. Y se está muy a gustito (cuando es una soledad querida, claro)
Pero tu relato... me ha dejado triston :(
Jordi -