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El blog de ace76

UNA HISTORIA REAL

UNA HISTORIA REAL

Cuarenta años antes, cuando Asunción llegó a Trillo, el sanatorio era un complejo de varios pabellones en el que vivían cientos de enfermos y un ejército de médicos y enfermeras. Ahora aquello no era más que un lejano recuerdo. Apenas quedaban tres decenas de ancianos enfermos y el personal que les atendía no superaba la docena. Todos se alojaban en un desvencijado pabellón, de suelos de terrazo y paredes cuya pintura se iba desconchando lentamente bajo el sol manchego. Las malas hierbas habían invadido el descuidado huerto y las peludas orugas de la procesionaria devoraban los pinos del jardín. La decadencia del lugar había ido pareja a la de Asunción. Era una sensación triste, pero hasta cierto punto la tranquilizaba. Parecía natural que si ella envejecía, también lo hicieran los objetos que la rodeaban.

 

A Asunción le detectaron la enfermedad un mes después de volver a España. Cuando tenía seis años, sus padres metieron todo lo que tenían en una maleta atada con cuerdas, la cogieron de la mano y subieron a un barco. Venezuela se convirtió en su nuevo país. Ahí creció, ahí dio su primer beso, ahí se casó, ahí tuvo a su hija Isabel, ahí enviudó, ahí murió su padre. Fue entonces cuando su madre dijo que ya tenía suficiente Venezuela y que quería volver a su auténtico pueblo. Asunción decidió acompañarla, pero lo que iba a ser un viaje de ida y vuelta se convirtió en un camino sin retorno.

 

Manchas en la piel, ampollas que duelen toda la noche, la nariz sangra y un diagnóstico. Un culpable, el bacilo de Hansen. Una consecuencia: la lepra. La mente de Asunción se inundó de imágenes bíblicas: miembros que se desprenden, llagas y cuerpos cubiertos de vendas. Se vio a sí misma condenada a errar por caminos solitarios anunciando su llegada con una campanilla.

 

Sentada en un banco de piedra junto a la puerta del sanatorio, al calor del sol veraniego, Asunción se miró las manos y las piernas. Cuatro décadas después, seguían estando allí. Nada la diferenciaba de los ancianos que veía jugar a las cartas en el bar del pueblo en las muy raras ocasiones que se acercaba hasta ahí. Sin embargo, se daba cuenta de que ellos la seguían mirando con cierta prevención. Nada más llegar a Trillo descubrió que aunque la enfermedad fuera controlada hasta casi desaparecer, ella sería una leprosa para toda la vida. El sanatorio se convirtió en su hogar, en su pequeño mundo.

 

Un gorrión revoloteó hasta situarse a pocos centímetros de sus pies, picoteando el suelo. Aquello le hizo pensar en los loros y guacamayos de Venezuela que llenaban las ramas de los árboles que crecían junto al río, en Venezuela. Cuando ella iba a lavar la ropa al río, las coloridas aves se le acercaban hasta que el ruido de la pala contra las sábanas las hacía echar a volar. El recuerdo la hizo sonreír. Asunción entró en el pabellón. Subir las escaleras le costó más de lo habitual. Aquellos días se sentía más débil, como si su corazón latiera más despacio. Había tenido que dejar de jugar al parchís porque los colores de las fichas se le mezclaban en el cerebro.

 

Aquella noche un búho cantó junto a la ventana de su cuarto. Asunción soñó que era niña otra vez y que estaba en la selva. Correteaba detrás de un gran pájaro de plumas verdes, rojas y azules que la conducía hacía una brillante luz.     

4 comentarios

marcial -

alguien m puede resolver un supper duda yo tengo un loro o cotorro no se qs sea alguien m puede decir q es
la cabesaverde con rojo y todo el demas cuerpo es verde pero a mi me dicen los loros tienen la cabeza amrilla y los cotorrod no alguien m puede decir cual es cual o coo son porfa

ace76 -

Lo del búho pasó de verdad, lo prometo.

Gracias, Cris. Un beso.

Cris -

Me ha encantado. ¡Y que gusto de forma de describir!


mce79 -

y todo el mundo sabe que cuando un buho canta es que alguien va a morir