QUIERO VOLVER A GRECIA
Durante este viaje he visto muchos lugares interesantes: Venecia, la Toscana, Estambul, Siena... Pero quizás, para mí, la mayor sorpresa fue llegar a Atenas. Fue un viaje largo y lento: quince horas en un ferry, tres horas de espera en la estación de Patras y casi seis horas en el tren. Pero la gran ventaja de viajar así es que puedes disfrutar del trayecto y del paisaje.
Viajar en ferry desde Bari a Patrás a través del Adriático y el Jónico (que no el Egeo, el otro día me equivoqué)sólo cuesta diez euros si tienes billete Interail. Eso sí, no se puede decir que viajes en un camarote de lujo. A todos los mochileros nos juntaron en la amplia terraza de una cafetería del piso superior. Yo tuve suerte, y como llegué pronto y viajaba solo, puede ocupar todo un banco para mí. Ahí extendí mi saco de dormir y pude conciliar el sueño por unas horas, mo muchas pero más de las que hubiera imaginado. Viajar en barco es como viajar en tren, sientes un leve traqueteo y nada más. Asomado en la cubierta, pude contemplar algo que no había visto nunca: a lo lejos, en el horizonte, grandes nubes oscuras en cuyo interior resplandecen, cada pocos segundos, fugaces relampagos que iluminan la noche. Es como ver una tormenta atrapada en la red de un pescador.
Y al amanecer, miré por la ventana y vi como el barco atravesaba un mar repleto de islas y más islas. El cielo y el mar eran de un azul profundo que me recordó al de la bandera de Grecia. El azul del cielo y el mar, el verde de las aceitunas y los olivos, y el blanco de las casas de Plaka. Esos son los colores de Grecia. Y todo bañado por la luz del Mediterráneo: esta luz existe, no es una leyenda ni un tópico publicitario.
Los ferrocarriles griegos nunca podrán presumir de su velocidad, pero pueden excusarse diciendo que así permiten que el viajero admire el paisaje. El tren a Atenas circula en paralelo al Golfo de Corinto, y en algunos tramos lo hace a muy pocos metros del mar. Puedo decir que el viaje hasta se me hizo corto... y así llegué a Atenas. La estación central estaba en obras y el tren se detuvo en un apeadero secundario dejado de la mano de Dios. Los rótulos informativos estaban en griego, claro, y las guías de viaje no contemplaban esa posibilidad. ¿Perdido en la gran ciudad? No. Un chico mejicano que trabajaba repartiendo folletos para un hostal me explicó muy amablemente como coger al autobús para llegar a una estación de metro. Y en metro, en seguida llegué a la plaza Sintagma (¿a qué es gracioso el nombre? Me hace pensar en una ciudad con la Calle Lexema y el Paseo Predicado). Porque los trenes son lentos, pero el metro es el más rápido del mundo. Lo que hacen unas Olimpiadas (snif).
Locusta ya me había dicho que la zona más bonita de Atenas es Plaka. Tenía razón. Mi albergue (que se lleva el premio al baño más sucio de Europa) estaba en medio de ese laberinto de pequeñas plazas, callejuelas e iglesias bizantinas. Pero la belleza de Plaka no está tanto en su aspecto como en el ambiente. Por las noches, cuando refresca, las terrazas de los restaurantes se llenan de gente, las tiendas de souvenirs siguen abiertas hasta muy tarde, los perros duermen en la puerta de las casas, entre las parras brillan los faroles y en las mesas, los candelabros, el aire se llena con el sonido del sirtaki. Se respira vida, alegría, fuerza. Yo me limitaba a pasear por las calles y contemplar el espectáculo, perdiéndome por Plaka (y no es una licencia poética, la primera noche llegué a despistarme y tuve que retroceder sobre mi pasos).
Y al día siguiente, visita a la Acrópolis. Todos hemos visto el Partenón en fotos. Pero como tantos otros monumentos, el Partenón no revela sus secretos hasta que no se le ve en directo. No en vano, todo lo que es nuestra civilización occidental, nuestra moderna Europa, nació ahí, en esas ruinas. La Acrópolis, el Ágora, Atenas... son el inicio de nuestra Historia y eso sobrecoje.
Algún día volveré y descubriré otros lugares de Grecia: el Monte Olimpo, el Oráculo de Delfos, sus islas... ¿Quién se apunta?
Viajar en ferry desde Bari a Patrás a través del Adriático y el Jónico (que no el Egeo, el otro día me equivoqué)sólo cuesta diez euros si tienes billete Interail. Eso sí, no se puede decir que viajes en un camarote de lujo. A todos los mochileros nos juntaron en la amplia terraza de una cafetería del piso superior. Yo tuve suerte, y como llegué pronto y viajaba solo, puede ocupar todo un banco para mí. Ahí extendí mi saco de dormir y pude conciliar el sueño por unas horas, mo muchas pero más de las que hubiera imaginado. Viajar en barco es como viajar en tren, sientes un leve traqueteo y nada más. Asomado en la cubierta, pude contemplar algo que no había visto nunca: a lo lejos, en el horizonte, grandes nubes oscuras en cuyo interior resplandecen, cada pocos segundos, fugaces relampagos que iluminan la noche. Es como ver una tormenta atrapada en la red de un pescador.
Y al amanecer, miré por la ventana y vi como el barco atravesaba un mar repleto de islas y más islas. El cielo y el mar eran de un azul profundo que me recordó al de la bandera de Grecia. El azul del cielo y el mar, el verde de las aceitunas y los olivos, y el blanco de las casas de Plaka. Esos son los colores de Grecia. Y todo bañado por la luz del Mediterráneo: esta luz existe, no es una leyenda ni un tópico publicitario.
Los ferrocarriles griegos nunca podrán presumir de su velocidad, pero pueden excusarse diciendo que así permiten que el viajero admire el paisaje. El tren a Atenas circula en paralelo al Golfo de Corinto, y en algunos tramos lo hace a muy pocos metros del mar. Puedo decir que el viaje hasta se me hizo corto... y así llegué a Atenas. La estación central estaba en obras y el tren se detuvo en un apeadero secundario dejado de la mano de Dios. Los rótulos informativos estaban en griego, claro, y las guías de viaje no contemplaban esa posibilidad. ¿Perdido en la gran ciudad? No. Un chico mejicano que trabajaba repartiendo folletos para un hostal me explicó muy amablemente como coger al autobús para llegar a una estación de metro. Y en metro, en seguida llegué a la plaza Sintagma (¿a qué es gracioso el nombre? Me hace pensar en una ciudad con la Calle Lexema y el Paseo Predicado). Porque los trenes son lentos, pero el metro es el más rápido del mundo. Lo que hacen unas Olimpiadas (snif).
Locusta ya me había dicho que la zona más bonita de Atenas es Plaka. Tenía razón. Mi albergue (que se lleva el premio al baño más sucio de Europa) estaba en medio de ese laberinto de pequeñas plazas, callejuelas e iglesias bizantinas. Pero la belleza de Plaka no está tanto en su aspecto como en el ambiente. Por las noches, cuando refresca, las terrazas de los restaurantes se llenan de gente, las tiendas de souvenirs siguen abiertas hasta muy tarde, los perros duermen en la puerta de las casas, entre las parras brillan los faroles y en las mesas, los candelabros, el aire se llena con el sonido del sirtaki. Se respira vida, alegría, fuerza. Yo me limitaba a pasear por las calles y contemplar el espectáculo, perdiéndome por Plaka (y no es una licencia poética, la primera noche llegué a despistarme y tuve que retroceder sobre mi pasos).
Y al día siguiente, visita a la Acrópolis. Todos hemos visto el Partenón en fotos. Pero como tantos otros monumentos, el Partenón no revela sus secretos hasta que no se le ve en directo. No en vano, todo lo que es nuestra civilización occidental, nuestra moderna Europa, nació ahí, en esas ruinas. La Acrópolis, el Ágora, Atenas... son el inicio de nuestra Historia y eso sobrecoje.
Algún día volveré y descubriré otros lugares de Grecia: el Monte Olimpo, el Oráculo de Delfos, sus islas... ¿Quién se apunta?
2 comentarios
ace76 -
dee -