POLAROIDS MENTALES
En mi otro diario, el que escribo con mi puño y letra, esos cuadernos que guardo en un cajón y que nadie ha leido, recojo de vez en cuando algo que llamo "polaroids mentales", pequeñas descripciones de escenas u objetos que veo en mis paseos por Madrid. Un espejo roto abandonado en una acera vacía, un payaso que asusta a una niña pequeña, una pintada en la pared, una modelo posando para una sesión de fotos en la Gran Vía... momentos fugaces que habría capturado si llevara conmigo una cámara de fotos. Pero como es así, no me queda más recurso que mi mente y mi escritura para rescatarlos del olvido.
Anoche, cuando volvía de casa de Esti de ver "Aquí no hay quien viva", pasé junto a un trío de telefónos públicos. Dos de ellos estaban descolgados, y el auricular se balanceaba ligeramente de un lado a otro. Me acordé de uno de los vagabundos del barrio, al que suelo ver de vez en cuando golpeando violentamente las máquinas con el auricular a modo de martillo. Supongo que espera que el mecanismo reviente y las monedas salgan como si fuera una tragaperras. No sé si lo habrá conseguido alguna vez.
En vez de seguir adelante como si tal cosa, me paré un momento y volví a colgar los dos teléfonos. Y mientras lo hacía me asaltó la duda de quien de los dos era más extraño, si el hombre que golpea la máquina como un loco para no conseguir unas monedas, o yo, que cuelgo unos teléfonos a los que nunca va a llamar nadie.
Anoche, cuando volvía de casa de Esti de ver "Aquí no hay quien viva", pasé junto a un trío de telefónos públicos. Dos de ellos estaban descolgados, y el auricular se balanceaba ligeramente de un lado a otro. Me acordé de uno de los vagabundos del barrio, al que suelo ver de vez en cuando golpeando violentamente las máquinas con el auricular a modo de martillo. Supongo que espera que el mecanismo reviente y las monedas salgan como si fuera una tragaperras. No sé si lo habrá conseguido alguna vez.
En vez de seguir adelante como si tal cosa, me paré un momento y volví a colgar los dos teléfonos. Y mientras lo hacía me asaltó la duda de quien de los dos era más extraño, si el hombre que golpea la máquina como un loco para no conseguir unas monedas, o yo, que cuelgo unos teléfonos a los que nunca va a llamar nadie.
12 comentarios
Pijomad -
Jose -
Ni siquiera escribo ya el blog, porque yo o lo cuento todo o no cuento nada. Y visto lo visto, mejor no contar nada :-))))
Joserra -
Anauel -
Y el interés... pues no sé, pero siempre hay alguien dispuesto a conocer las intimidades de los demás.
ace76 -
Vanidad no creo que haya en un diario íntimo. Es más, no creo que el mío tenga demasiado interés. Hay más vanidad en un blog, ¿para que negarlo?
Jose -
Anauel -
Y que arriesgado escribir tus pensamientos más intimos en un cuaderno que nunca sabes en manos de quién caerá, no?
Joserra -
ace76 -
El diario lo escribo como si nadie lo fuera nunca a leer, vamos, que es material altamente confidencial. Y sin embargo, ahí está, cualquier puede abrir el cajón y leerlo. Creo que ese pacto de confidencialidad ha sido respetado siempre. Vamos, que nadie ha leido nada que yo no quisiera que se leyera.
Jose -
Joserra -
Por cierto, una pregunta morbosa que creo haberla hecho ya: ¿escribes el diario con la perspectiva de la absoluta intimidad o con una ligera auto censura ante un posible cotilleo?
Jose -
Nada es normal Antonio. Todo es extraordinario.
Recuredo un concurso de relatos cortos , sobre ropa y ganó uno que simplemente decía...
"Vestirse. ¡Es tan raro!."
Pues eso.